CONTADOR DE VISITAS.

viernes, 21 de octubre de 2011

LA SOBERBIA DE LOS DÉBILES.



En el zoológico de la ciudad, había un animal que llamaba la atención más que cualquiera. Todo el mundo la miraba porque era muy bella y muy, pero muy alta. Estirada era una jirafa soberbia.Se jactaba de llegar a las copas de los árboles más altos y a la vez, poder bajar su cuello cómodamente para comer el pasto que tanto le gustaba. Podía hacer muchas cosas pues era una jirafa muy ágil. Decía no necesitar de nadie, pues estuviese alto o bajo, podía alcanzar lo que quería. Como era tan bonita, era la mayor atracción del zoológico. Sus pestañas eran largas y curvas, parecían muchas letras “c” pegaditas a sus ojos marrones. Su pelaje parecía un helado de vainilla salpicado con miel o viceversa, como más les guste a ustedes.Sin embargo, por más bella, atractiva y ágil que fuera, no tenía amigos.Nunca jugaba con los demás animalitos y siempre consideraba a sus compañeros del zoológico inferiores a ella y no precisamente porque fuera más petizos. Sin embargo, los animales querían ser amigos de Estirada. Todos menos Biruta y Chicharrón, dos cotorritas mellizas, verdes y charlatanas. A ellas dos en particular, les dolía mucho la actitud de la jirafa. – Te damos una ducha fresquita- le decían los elefantes cuando hacía calor. – No gracias, yo sé refrescarme muy bien solita – contestaba en tono despectivo Estirada. – ¿Jugamos a quién trepa más alto los árboles? – le preguntaban los inquietos monitos. – A mi no me hace falta trepar a ningún lado, yo con mi largo cuello llego donde se me da la gana y sin esfuerzo alguno- respondió la jirafa. – Déjenla muchachos, no vale la pena- Decía Biruta. – ¿y cuánto vale la pena? Preguntó Chicharrón que solía hacer preguntas insólitas o de difícil respuesta.Estirada creía que todo lo podía. Era bella, ágil, admirada ¿por qué tendría que necesitar de otro animal? Sin embargo, la vida muchas veces nos demuestra qué tan equivocados estamos.No siempre uno se da cuenta solo de sus errores o defectos. A veces tiene que ocurrir algo que nos haga tomar conciencia de aquello que no estamos haciendo bien.Eso fue lo que le pasó a Estirada.Un día caminando en búsqueda de hojas frescas de la copa de un árbol, se raspó el lomo con una rama muy puntiaguda y comenzó a sangrar. La herida era profunda realmente.Se asustó mucho, no sólo porque el dolor era muy intenso, sino porque no encontraba la manera de detener la sangre que seguía saliendo. Quiso curarse sola, como hacía todo siempre. Fue allí cuando se dio cuenta que muchas, muchísimas veces necesitamos de los demás.Trató de girar su largo cuello para lamerse la herida, pero casi se lo quiebra. Restregó su cuerpo sobre las plantas recién regadas para ver si el dolor cedía, pero minúsculos bichitos se metían por la herida causándole más dolor aún.Fue entonces cuando decidió pedir ayuda a los otros animales que sí podían llegar a su lomo sin esfuerzo y curarle la herida. No es fácil para alguien soberbio pedir ayuda, pero es bueno aprender a hacerlo.Por suerte los demás animalitos no eran rencorosos y se apresuraron a ver qué podían hacer por Estirada. – Hay que sanar esa herida cueste lo que cueste – dijo Biruta. – ¿Costará muy caro? - Preguntó Chicharrón. – No hay tiempo para preguntas tontas amigos- intervino el elefante y alzando su trompa echó un chorro gigante de agua para lavar la herida de la jirafa. Hecho esto, un monito tití trepó al lomo de Estirada y la vendó con una red que ellos tenían para treparse, no sin antes pedirle al elefante que la lavara muy bien. – ¡Quedó una pinturita! - Exclamó contento el monito. – ¿Pinturita o crayón? - Preguntó Chicharrón. Demás está decir que nadie contestó. Estirada realmente parecía un dibujo, no sé si de pinturita o crayón, pero se quedó quieta, inmóvil mirando a todos los animales que la habían ayudado.No era el dolor lo que la inmovilizaba y la dejaba muda, sino la vergüenza, el pensar cómo se había comportado ella con sus compañeros y cómo, a pesar de eso, todos la habían ayudado. – No merezco tanta ayuda- dijo triste Estirada. – Todos merecemos ayuda- contestó el elefante- Aún cuando algunos consideren que son más que otros. Creo que es hora que entiendas que tener el cuello más largo del zoológico no te hacer mejor que nadie ¿verdad? – ¿Y qué tiene nadie para ser peor que una jirafa? es más… ¿quién es Nadie? Preguntó Chicharrón. – Nada hermanito, nada – contestó Biruta – nos harías un gran favor si te callaras la boca. – Yo pregunté por Nadie, no por nada- insistió Chicharrón.Por suerte Chicharrón se calló la boca. Estirada aprendió la lección, ayudó y se dejó ayudar por los demás. Una cicatriz quedó en su lomo. A Estirada no le molestaba, por el contrario, no dejaba de mirarla. Sentía que de ese modo, jamás olvidaría lo que había vivido y no volvería a ser soberbia nunca más.

Para pensar un poquito: - A través de este cuento ¿aprendiste qué es la soberbia? - ¿Tienes actitudes soberbias? - ¿Puedes darte cuenta que no es bueno ser soberbio y creer que uno es más que los demás? - ¿No piensas que es mejor ser humilde y valorar a todos, que creer que somos mejores que el resto de las personas que nos rodean?

2 comentarios:

EL ATECERO dijo...

Da que pensar a mas de uno y en especial a esos cuatro prepotentes que hay por ahi con un cementerio particular lleno de cadáveres que van dejando por donde pasan.
Me ha gustado el cuento.

Sir Arthur Conan Doyle. dijo...

Estaba la Pereza tumbada en la colina, bajo la parra de las uvas que según la zorra no estaban maduras. Sabía que no habría amanecido más temprano por mucho que hubiese madrugado. Oteaba desde allí la senda que discurría paralela a la vaguada, cuando vio que se acercaba, transportando por delante en carretilla su oronda panza y cantando El Menú, la Gula.
Y como si de un desfile se tratase, inmediatamente detrás iba la Lujuria, vestida igual que Tarzán pero sin taparrabos, seguida de una corte de vestales, doncellas y sirvientas, y cantando Je t`aime.
La Pereza pensó que ella nunca sería capaz de esforzarse para conseguir tanto disfrute, y aunque corta además de perezosa, cogió el móvil y llamó a la Envidia para que hiciera algo.
Ésta inmediatamente pensó que quien realmente merecía tantas prebendas era ella y nadie más, así que aprovechó que la comitiva se tomó un receso para ver cómo dormía la liebre en su carrera con la tortuga, para arramblar con todo y hasta luego Lucas.
Pronto se dio cuenta que era mucho lo afanado, y que lo suyo era que viniese cuanto antes la Avaricia, así lo hizo, sin acordarse de que sistemáticamente su saco se rompe tantas veces como se llena.
Cuando la Gula y la Lujuria se percataron de que habían sido despojadas, dijo la primera “Yo no hecho ná, sólo he dicho d`este mundo sacarás tripa llena y nada más” y la segunda se lamentó a su vez aseverando “a ver qué tiene de malo haz el amor y no la guerra, si ojos que no ven corazón que no siente”.
Acto seguido, en vez de armarse de Paciencia, se dejaron invadir por la Ira y por sus hijos Intolerancia, Resentimiento y Venganza, que después de arrasarlo todo, para que nadie lo pudiera reconstruir, pusieron de Reina a la Soberbia, que dijo nada más ser coronada “oísteis de Jesús, el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”, entonces la Virtudes, que acababa de salir del río Jordán, después de la ablución de su cuerpo por Juan el Bautista, y que estaba totalmente limpia, cogió una docena de cantos de rambla y la honda de David y Goliat, y empezó a repartir y se quedó sola.
Del mal, el menos, y el bien, agradecido, es mejor.